martes, 29 de mayo de 2007

López de Maturana, Desirèe - La escuela que disoñamos

La escuela que disueño (parte 1, 2, 3 y 4)

López de Maturana Luna, Desirée
dlopezdematurana@junji.cl
La Serena, 23 de Junio del 2007

Credo Pedagógico

Creo en una escuela que incluye, integra y articula.

Creo en una escuela donde se construye comunidad.

Creo en una escuela de puertas abiertas y de paredes permeables.

Creo en una escuela donde las relaciones permiten la horizontalidad.

Creo en una escuela cuyo motor es el afecto.

Creo en una escuela que promueve la alegría.

Creo en una escuela que descubre la esencia genuina del ser humano.

Creo en una escuela que confía.

Creo en una escuela que permite el error.

Creo en una escuela que respeta el derecho a no saber.

Creo en una escuela donde lo importante es también lo que importa a cada uno.

Creo en una escuela donde el aprendizaje es natural e inevitable.

Creo en una escuela donde lo subjetivo es respetable.

Creo en una escuela donde el poder no es opresión sino perseverancia.

Creo en una escuela donde se vive la experiencia, más que la incesante búsqueda de la verdad.

Creo en los sueños, creo que esta escuela es posible.


La escuela que disueño (parte 2)

La Serena, 4 de Agosto del 2007

A propósito de lo que creo … … …

Cada vez que me pongo en situación de escribir sobre una realidad soñada, evoco la idea de Campbell cuando imagina que todo aquello que nos sucede y que vivimos es la trama de una historia, que forma parte del sueño del “El Gran Novelista”, donde todos somos personajes de una historia, pero que podríamos no saber que lo somos, no obstante, le vamos dando sentido a aquello, que nos parece una historia propia hasta convertirla definitivamente en eso. Siguiendo esta idea, el escenario soñado nos muestra la vida con toda la diversidad que estaría fluyendo dinámicamente, volviéndose buen sueño para algunos y un mal sueño para otros; no obstante, la trama es la misma, pero el espectro de aprehensión, significación e interpretación de aquello, es tan amplio e indefinible como el campo de las subjetividades.

Por ello cada sueño que vamos contando será la fotografía mental de un momento en que tratamos de organizar un millón de ideas revueltas a las que se le trata de dar un orden medianamente inteligible, pero que no puede soslayar los estados de ánimo, la experiencia vivida y la que pensamos hubiese sido interesante vivir, así como el momento histórico y cultural en que nos hemos criado, etc.

Hago esta reflexión porque la idea de escuela que conocemos, evidentemente tiene su origen en el sueño de uno o de algunos y que a propósito de lo que idearon, elaboraron libretos y guiones orientadores para esa escuela soñada, Froebel, Pestalozzi, Decroly, Montessori, entre tantos otros, que ni se asemejan a las interpretaciones posteriores que se reescribieron, plasmándose como pautas incuestionables, cuyo contexto se transformó en la pseudo- realidad que la hicimos propia, adjudicándonos la debilidad de no haber sabido responder a ese guión dado.

Como he señalado, la fuerza de la experiencia tal vez impida la liberación total para soñar y disoñar una escuela que se aleje más o menos de lo que conozco y del sueño de otros, que ya he escuchado o leído. En este intento de liberación disueño fundamentalmente la escuela como un núcleo vivo donde la realidad se va construyendo y reconstruyendo por un impulso cuya fuerza axiológica, afectiva y relacional se orienta hacia el bienestar del ser humano que, sin caer en el hedonismo, le permita el gozo, el disfrute y la alegría o, como se lee en el lenguaje musical, el allegro, es decir la intensidad de la emoción. Una escuela que permita la emoción tendrá una fuerza insuperable, una energía motivadora, creativamente constructiva y contenedora; esta relación dialéctica entre la contención y la liberación será la pauta natural para las interrelaciones cuya horizontalidad vertical o verticalidad horizontal será funcional y equitativa.

De aquí me surge la idea de la escuela democrática. En el contexto bosquejado entiendo a la democracia como una conquista permanente y no como concepto manido, que resulta arbitrario en la práctica. Entonces, por consecuencia natural, este espacio será para todo aquel que lo requiera, porque la limitación podrá ser material o de infraestructura, pero no estará puesta en las características sociales, económicas ni psico biológicas del alumno, de su familia, ni de sus profesores.

Poniendo al ser humano como centro de la reflexión y decisión educativa y particularmente pedagógica, todo parece obvio, pero ese foco se pierde, por lo general en la vorágine administrativa que nosotros mismos creamos. Por ello sueño que la articulación, la integración e inclusión no sean sólo conceptos que se decodifiquen superficialmente, sino con la profundidad y el alcance social y afectivo que los connota, para trabajar en conjunto con distintos actores de la comunidad que nos ayuden a responder a las distintas tareas propias del sistema educativo, pero sin descuidar la labor central de educar.

Para aclarar lo dicho, cito a Freire porque nos aterriza la utopía para volverla posible y nos señala que para provocar cambios reales debemos caminar con un pie en el sistema y el otro en los sueños. Sumar sinérgicamente personas, saberes y experiencias a las aulas, a los distintos espacios e instancias escolares. Fortalecer la relación y la participación relativiza la importancia de los edificios, porque las puertas se abren y los muros se transforman en límites virtuales para que aflore la confianza y desaparezca el miedo a la mala crítica, la inseguridad o el egoísmo.

Efectivamente, mi sueño se ha centrado en la energía, en lo abstracto; no obstante, cada una de estas ideas son el motor que las hace visible en la praxis, cuando se desarrolla un proyecto educativo participativo, cuándo cada miembro de la comunidad educativa se siente importante, cuando afloran las ideas para mejorar nuestro estado interno y externo, cuando nos conmueve lo que le pasa a otro, cuándo pensamos levantar un edificio porque ya hemos fortalecido su alma.


La escuela que disueño (parte 3)

La Serena, 18 de Agosto del 2007

Sigo soñando y disoñando una escuela desde lo que creo es posible …, por ello que reitero que creo en una escuela cuyo motor sea el afecto y la alegría, y que las herramientas fundamentales para desarrollar y generar procesos educativos significativos y potentes, sean aquellas que el arte pone al servicio de lo pedagógico y de la didáctica. Desde esta perspectiva el arte de educar se recupera y se manifiesta desplegándose naturalmente, como todo en la naturaleza, con sonidos de diversos matices y afinaciones, con todos los colores que sean posibles, porque la magia estará precisamente en eso, en la inclusión de lo diverso, que alcanza su máxima expresión estética a través de la armonía y la autorregulación.

Me imagino esta escuela donde cada encuentro es nutritivo porque todas las personas encuentran el sentido de estar y ser en ese espacio cuyo tiempo histórico permite la presencia de ser únicos e individuales, como también la de ser un todo con los demás porque se ha fortalecido la identidad particular y grupal.

Mi disueño casi siempre fluye hacia lo relacional y se me desdibuja o, más bien, relativiza, la estructura física y administrativa de la escuela porque no quiero sentirme entrampada por los constructos conceptuales y paradigmáticos que han hecho prisionera a la educación, restringiéndola a espacios cerrados llamados escuela, donde se ha atomizando su profundidad y su ilimitada extensión.

Recuerdo que en una oportunidad estaba en la Universidad desarrollando una clase y en el contexto de la misma unos estudiantes hacían una crítica a su institución, considerando que no era Universidad, pero su crítica partía por hacerse ellos mismos responsables de eso, porque con mucha convicción planteaban que la Universidad la hacían las personas y que no debían esperar pasivamente que otros solamente lo hiciesen.

Este compromiso de ser un participante activo en cada momento y espacio que la vida nos regala, es lo que nos permite generar cambos y transformaciones, por ello disueño esa escuela como concepto amplio donde la expresión de las personas encuentre su cauce para que sume y construya …; así vuelvo nuevamente a la imagen del edificio que se levanta solidamente como un disueño colectivo donde sus normas y reglamentos también surgirán desde lo interno.

María Montessori dice: “Cuándo miramos ¿qué vemos? Vemos todo lo que hay en el ambiente; del mismo modo que cuando empezamos a oir, oimos todos los sonidos que se producen en el ambiente. Podremos decir que el campo de aprehensión es muy amplio, casi universal y ésta es la vía de la naturaleza. No se absorbe sonido por sonido, rumor por rumor, objeto por objeto; empezamos absorbiendo todo …, una totalidad. Las distinciones entre objeto y objeto, entre sonido y rumor, entre sonido y sonido, vienen luego como evolución de esta primera absorción global.

Sueño con que los profesores evolucionemos para llegar a ser sensibles a las sutilezas y lleguemos a distinguir lo particular en lo global, la diferencia en la igualdad y la igualdad en la diferencia, para orientar nuestra acción a la equidad a la inclusión social y a la creatividad.


La escuela que disueño (parte 4)

La Serena, 27 de Octubre del 2007

Creo en una escuela que descubre la esencia genuina del ser humano.

Un aspecto fundamental en que hoy ponen énfasis las políticas en el área de Educación es la conformación de “comunidades” al interior de los establecimientos educacionales. Así, poco a poco, hemos ido tratando de construir realidades más inclusivas a través de conceptos cuya connotación nos impulsa a trabajar en red, a convocarnos para esta tarea transversal y cotidiana como es la de educar. Con frecuencia y sin buscar demasiado nos encontramos, más bien en la teoría, desde el nivel parvulario con “Comunidades educativas” que involucra a todos los actores principales de la vida escolar:

  • “Comunidades de Aprendizaje” para definir el propósito de la comunidad educativa, que es reflexionar sobre las prácticas educativas, pedagógicas, metodológicas y didácticas:
  • “Comunidades de aula”, cuya reflexión colectiva de la praxis es permanente y le otorga un carácter dinámico y más pertinente al hacer diario;
  • “Círculos de extensión de aprendizaje”, donde se involucra a la comunidad que circunda al establecimiento ampliando el contexto social donde se desarrolla la actividad “escolar”;
  • además, de los ya muy nombrados, no se si conocidos, “Centros de Padres y Centros de alumnos”.
Lo más probable es que no me haya referido a otras tantas definiciones, que intentan dar solución a los problemas de convivencia, a través de la participación ciudadana, democrática, que se desprende de la declaración de los derechos fundamentales de todo ser humano. Pero no importa dicha omisión, porque para la intención que tengo de contextualizar mi disueño, basta con esas, porque si una de estas comunidades lograra convertirse en algo más que lo discursivo, la sinergia sería tan potente que tal vez bastaría con la definición inicial de “Comunidad Educativa”.

Lo fundamental es aprender a vivir y a convivir. Se aprende viviendo y conviviendo, más allá de las normas y los decretos, que evidentemente han surgido de la propia necesidad social de convivir mejor, sin haber logrado necesariamente aún, en forma óptima ese propósito.

Entonces, la escuela como una instancia en la que participamos por largos años de nuestra vida, viviendo y conviviendo en su interior, debería centrar su quehacer en esto. Parece extraño decir que la escuela enseñe a vivir, no como eje transversal casi invisible en el currículo, sino como eje central de su quehacer.

Como primera impresión y a la luz de lo dicho, pareciera que se me desdibuja la Escuela como instancia educativa y formadora para vivir y convivir. Si vivir es una función espontánea, con un dinamismo biológico que no para hasta la muerte: ¿para qué la escuela?. Si, además, desde antes de nacer ya pertenecemos a un núcleo social que vive y convive y eso basta como referente para desarrollar nuestro propio proceso de vida y convivencia. Si bien la dimensión social de los seres humanos es tan relevante en su historicidad, lo son también su inteligencia, su intuición, su emocionalidad, su espiritualidad, todo aquello que en palabras de Bateson forma parte de la epistemología de lo sagrado, que nos permite transitar mejor por la vida, con más habilidad para desnudar verdades que no son más que artificios del pensamiento de determinados seres humanos en determinados tiempos y lugares.

Esto es lo central en mi disueño, construir una escuela que descubra y fortalezca la esencia genuina del ser humano, para que cada uno vaya haciendo su vida individual en y con la de otros, de la mejor manera. Erradicando los mensajes deterministas, que presentan la vida como un fenómeno de utilidad y adaptación. Si bien, esta es una dimensión que existe, ocupará un lugar secundario en nuestra existencia, porque en esta idea de escuela, lo prioritario será vivir la vida como libre expansión de energías constructiva y dinámica que nos permitirá generar, aprovechar y combinar los ingredientes necesarios para hacerla placentera y creadora.

La célebre y famosa frase de Ortega “yo soy yo y mi circunstancias”, me hace enorme sentido en este contexto, puesto que otorga al capital comunitario, un rol gravitante en el desarrollo de una personalidad inteligente. La escuela, al igual que la familia, debería ser una comunidad de aprendizaje por excelencia; entonces, tendrá que fortalecer la autonomía personal de cada sujeto, vinculada a una comunidad de la que es miembro, dándole poder y posibilidades de actuación, para que fluya desde su propia historicidad. Esto que parece tan obvio, queda en lo más subterráneo de los currículos escolares.

Desde esta óptica los contenidos escolares serán tomados por el propio individuo, como una contribución efectiva para diseñar su propio proyecto de vida, ampliar sus posibilidades, su campo de acción, fortalecerse y sentirse libre. Este será el recurso básico para romper con el determinismo biológico, social y económico, que le permitirá ser mejor persona a partir de la acción comunitaria, para luego volver a aportar a esa comunidad, en un sistema circular virtuoso.

“Es difícil decidir si el pájaro mueve las alas o las alas mueven al pájaro” , pero la circularidad sistémica nos simplifica tal disyuntiva.

Para finalizar citaré un ejemplo que comenta José Antonio Marina

“El nacimiento es como una partida de Póquer. En ambos casos nos reparten unas cartas que no podemos elegir, y que pueden ser mejores o peores. Afortunadamente ni el juego ni la vida terminan ahí. No siempre gana el jugador que ha sido más afortunado en el reparto. Suele ganar el que juega mejor”.

La idea es intentar que cada cual juegue de la mejor manera sus cartas, ese es el desafío de mi escuela disoñada.

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