martes, 29 de mayo de 2007

Lanas, Franca - La escuela que disoñamos

La escuela que disoñamos (parte 1, 2 y 3)

Franca Lanas Mellado
fralanas@gmail.com
La Serena, 23 de Junio del 2007

¿Disoñar la escuela? Que invitación más seductora, es como mezclar Primavera y chocolate. ¿Existe algo mejor?. No hay nada mejor que una tarde fresca de chocolate caliente.

¿Cómo disueño la escuela ?. Más que disoñarlo, lo siento, lo siento en cada uno de los “educadores” que lo componen, en su disposición a modificar lo modificable y no rendirse a la resistencia de los que no quieren modificarse: lo veo en la creatividad desplegada frente a la carencia de recursos, lo veo en la superación frente a las críticas, lo veo en la fuerza de la cohesión “apiñada” y lo veo en la entrega diaria, entrega que une y permite latir al unísono un mismo sentimiento: todo por los niños.

Mi sueño es una mezcla de nuevo y antiguo; la presencia clara de la intencionalidad que busca lograr que nuestros alumnos y alumnas aprendan sin caer en lo academicista, sino en una mezcla tentadora entre el enseñar a aprender y el enseñar a vivir, con tiempos y espacios determinados según las necesidades de todos los integrantes, libres de imposiciones que limitan y fuerzan a enjaular las motivaciones en noventa minutos obligatorios que lejos de encantar, a veces, aburren a morir.

Mi sueño es desde la emotividad que me provoca ver a un “síndrome de Asperger” comunicándose afectuosamente con los “educadores” del colegio; ver a una retardada mental preguntando ¿tía, hacer es con la mudita?, ver los logros de un “bipolar” al controlar la rabia y la angustia metida con dolor en su alma y diciéndose a si mismo ”Diosito no me voy a enojar“.

Mi sueño no tiene nada que ver con el colegio naufrago que lucha por subsistir a una tempestad de puntajes, de mediciones y de contenidos que lo alejan cada vez más de la orilla salvadora y que quiere retener porque ama sin embargo suelta porque teme.


La escuela que disueño (parte 2)

La Serena, 17 de Agosto del 2007

Dame alguien para amar

“Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida;
cuando tenga sed, dame alguien que precise agua;
cuando sienta frío, dame alguien que necesite calor.
Cuando sufra, dame alguien que necesite consuelo;
cuando mi cruz parezca pesada, déjame compartir la cruz de otro;
cuando me vea pobre, pon a mi lado algún necesitado”

Teresa de Calcuta

Quise comenzar mi segundo disueño con unas palabras de Sor Teresa de Calcuta, ya que en ella veo la entrega diaria, entrega que unifica, valida y acepta y que, de alguna forma, se asemeja al referente de la escuela que disueño.

En este encuentro de sueños, disueños y sentimientos emergen los(as) educadores(as), modelos y referentes que una escuela como la que disueño necesariamente tiene que tener: vocación y amor en la entrega diaria, creativo(a), respetuoso(a) de la opinión del otro.

Profesores y profesoras que continuamente favorezcan en los alumnos y alumnas la necesidad de sentirse autocompetentes, que reconozcan la necesidad que tienen los contenidos significativos tanto en los aspectos emocionales y sociales.

Profesores y profesoras que sean hábiles para generar en los alumnos y alumnas la capacidad de empatía que permita despertar en ellos el respeto por la diversidad y el sentimiento de igualdad, así como que les permita mirarse de forma horizontal y a los ojos.

Profesores y profesoras que sean capaces de despertar en el otro la necesidad del otro, derribando barreras y distancias y que favorezcan la aceptación en la comunicación diaria.

La escuela que disueño (parte 3)

La Serena, 17 de Agosto del 2007

En mi segundo disueño tuve un encuentro increíble de emociones con unas palabras de Sor Teresa de Calcuta. Al leer sus escritos y tratar de amalgamar con mis propios disueños en relación al modelo de educadores(as) que desearía tuviese mi escuela soñada, siento que los referentes a los que aspiran los alumnos y alumnas de los tiempos actuales son profesionales comprometidos con sus procesos, contenedores de emociones, de actitudes y de conductas, capaces de salirse de sus propios prejuicios (que muchas veces distancian) y ver en ellos niños, niñas y adolescentes cuestionadores, que exigen explicaciones por nuestras conductas buscando coherencia entre el decir y el hacer, capaces de ver en ellos una conducta propia de la edad y no la confundan con acciones disrruptivas, en busca de explicaciones clínicas que más que ayudar etiquetan al punto de perder su libertad, y ésta, es entregada a un regulador capaz de inhibir hasta los afectos.

El educador(a) de mi escuela disoñada debe estar preparado y ser un conocedor del desarrollo evolutivo de los alumnos y alumnas, que logra comprender los cambios que sufren los adolescentes, que empatiza con sus emociones, que entiende sus estados de animo, que es un “cómplice” que guia, acepta y establece acuerdos conductuales socializados y en comunión, que permite y favorece compromisos personales y de confianza (la que está algo perdida), que puede establecer una relación horizontal y cómoda, convirtiéndose en un referente consistente, afectuoso, respetuoso y, como dice el gran Maturana, capaz de aceptar al otro como legitimo otro.

Creo en los sueños, creo en la aceptación del otro, creo en validar la diversidad y, por sobre todo, creo que mi escuela disoñada no es un sueño, sino una latente realidad.

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